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Pues bien, llegado a este punto de sinceridad en el blog, ha llegado el momento de explicar la relación que he tenido durante mi vida con
Cuando era una cría, yo era un terremoto pequeño y delgaducho. Parecía que me iba a romper en cualquier momento, pero ya a mi más tierna edad escalaba cual espiderman las paredes enmoquetadas (sí, ENMOQUETADAS) del piso de una de mis abuelas, tocaba el techo y volvía a bajar. Esto, una y otra vez. Además todo parecía ir por buen camino cuando en el colegio saltábamos a la colchoneta, dando volteretas en el aire. No obstante, las cosas se torcían un poco cuando corríamos alrededor de la pista y sobretodo cuando las más gimnastas del curso escogían a las que querían que formasen parte de su equipo de baloncesto (quiero pensar que yo no era de las primeras escogidas, por mi estatura y no por mi falta de habilidad). Pero esto no me desanimaba porque la cuestión era salir al patio y correr, jugar y reír.
He de decir que incluso llegué a apuntarme con mis amiguitas a gimnasia rítmica, tres veces. Y tres veces me desapunté. Me entraba como un nudo en el estómago porque ODIABA la gimnasia rítmica. Prefería mil veces ir a dibujo o al conservatorio (siempre he sido muy dada a las artes). Cada vez que tenía que ir lloraba y lloraba. Era superior a mí. Lo que no entiendo es por qué me seguí apuntando 2 veces más…
Esto fueron mis inicios, que no me resultaron trauma alguno (bueno, tal vez lo de la gimnasia rítmica sí), y me di cuenta que, a pesar de no ser muy dada a los deportes, no me desagradaba
Los otros trimestres de Educación Física eran diferentes. Hacíamos juegos, saltábamos al potro... Ay!!! El potro! Esa gran amenaza. Yo conseguía saltar diversas alturas, menos la que exigian para el examen. Era un peazo potro de 1m y medio de largo y no sé cuanto de alto, pero me llegaba casi al pecho. Si yo era de las bajitas de la clase! Menos mal que el día del exámen el profe había pedido a un chico de un curso más que nos ayudase a saltar. Y él, aprovechando mi impulso en el salto, me cogió por el brazo y me levantó por encima del potro. Un tiarrón enorme, que era amigo mío (se tienen que escoger bien las amistades!).
Pero luego llegaba otro año y el Curs Navet volvía. Y me tenía que superar. Y yo, consciente de mis aptitudes en esta prueba, sólo me superé en medio período. Cuatro y medio. El tercer año quise superarme de verdad y llegar hasta el cinco y medio. Y LO CONSEGUÍ!!! Pero llegué a mis límites físicos. Yo, siempre delgaducha y poca cosa, hipotensa y poco dada al ejercicio... me desmaié. Con mi sudadera fosforito en medio del patio del instituto. Tendida boca arriba. Todos los alumnos asomados a las ventanas! Sí... era yo. El profesor no se pudo aguantar las ganas de reírse en mi cara... y yo después me empecé a reír también. Qué triste!!!
Hay que decir que cuando llegué al instituto, yo ya conocía los antecedentes familiares en esta asignatura, por parte de mi madre y de mi padre. Ella? Suficiente. Él? Suspenso (que decir tengo que no sé cómo recuperó la asignatura en aquella época, algún día se lo preguntaré). Mi tía? Suspenso. Mi otra tía? Suficiente. Mi tío? Suspenso. Pero ahora que lo pienso, tengo un tío que incluso es profesor de EF. Igual es adoptado.
Bueno, no me causó ningún trauma. Sólo risa. O pena, vaya. Al final me la coseguía sacar no sé ni cómo (por el Curs Navet ya os digo que no). No obstante, nunca más he practicado ningún deporte, al menos de los de equipo. Soy mala, lo reconozco. En el colegio, un par de años jugué a voley y a basquet con mis amigas, y era lo peor (ni qué decir de cómo juego a tenis, porque eso se merece un post entero!). No se me da bien, lo acepto. Eso sí, me gusta nadar. Me encanta. Desde que era pequeña. Tengo incluso un curso de monitora de natación que me saqué. Y, bueno, también hago senderismo.
Pero hay que decir que desde que vivo en Barcelona ni una cosa ni la otra. La piscina me queda en la quinta leche de mi casa y hacer excursiones por aquí, pues como que no sé muy bien por dónde… Por eso quería ir al gimnasio. Para superar mi trauma y hacer ejercicio, que estoy hecha una piltrafa humana… empieza a preocuparme mi sofanitis. Pero es que si no tengo ni tiempo de ir a comprarme comida, de dónde saco las horas para ir al gimnasio? Tendré que empezar a inventarme algo porque las abuelicas de 70 años son más ágiles que yo. Se aceptan sugerencias. Mira, igual mañana me voy de compras. Con todo lo que me patearé, fijo que me ahorro un par de días de gimnasio.