el turrón

La verdad es que empiezo estas fiestas demasiado triste. Y para mí la Navidad es horrible, aunque este año promete convertirse en insoportable. No me importa seguir estando triste en este blog. Al fin y al cabo es mío. Lo tengo para desahogarme. A veces estoy bien, a veces no estoy y otras veces, como ahora, estoy hecha polvo. Creo que tengo derecho a estar polvo. No quiero cansar a los demás siempre con la misma palabrería y las mismas lágrimas, y los mismos argumentos que empiezan a quedarse obsoletos. Aquí lee quien quiere y nadie está obligado a decir nada. Por eso no me siento culpable (aunque tal vez sí, porque esto parece una disculpa).

Con todo, estos días me estoy reencontrando con gente a la que casi no veo y a la que añoro muchísimo (cosa que suma puntos a mi estado de ánimo). Tal vez si los tuviese más cerca, todos estos sentimientos estridentes y puntiagudos se harían más suaves y redondos. Tengo una soledad tan concurrida / tan llena de nostalgias / y de rostros de vos. Y mira que me gusta, la soledad. Pero la deseada. No esa que te desgarra y se mofa de ti. No esa que te aprieta la cabeza hasta casi reventar. No la del silencio y del espacio vacío. No la que es fría, la de ser sólo un pasatiempo, la de no pintar nada. La de ser la tercera, o la cuarta, o la última, o la otra. Que ni la otra. La de no ser nada. La de no ser nadie.

Y mientras tanto me encuentro con Benedetti. Y no sé si ponerme a reír, o a llorar. No sé si me quería salvar, tal vez me quería meter demasiado. Creo que intenté tensar la cuerda y se me partió en la cara. Tú diste un salto atrás y te salvaste. Mierda, te salvaste! Y el daño me lo hice yo. Y ahora, mientras yo aún me aguanto la cara intentando que se pase el dolor, tú estás dando un paseo tranquilamente por estas Navidades.